En Can Romeu dels Borrulls han caído casi 600 mm de lluvia. Bien distribuidos, sin grandes temporales, como si el cielo hubiera encontrado la justa medida de las cosas. Y esto, en un valle como el nuestro, no es poco. Que llueva sólo cuando toca, basta, es casi un acto de fe. Una bendita excepción.
Un otoño y un invierno lluviosos nos ayudaron a tomar fuerzas. Por primera vez desde la larga sequía, pudimos dejar cubierta vegetal espontánea hasta el día de hoy. Papá dice que goza nada más verlo.
La primavera llegó como mandan los cánones, seca y cálida. Con el mildiu a raya, tuvimos una buena floración y cuajado, y las condiciones ideales para trabajar sin prisas ni presiones. Pudimos ir a la viña con una sonrisa de oreja a oreja y sin esa inquietud de cuando nos mirábamos las cepas como quien va a ver a un paciente en la UCI. La viticultura ha encontrado su momento natural. Hemos podido trabajar como es debido: orgánicamente, de forma honesta, con una mínima intervención, sin tener que forzar nada.
Ahora, con las cepas en danza y las uvas colgando de las cepas, nos preparamos para la vendimia con un entusiasmo que roza la temeridad. Si nada se tuerce, será una añada que recordaremos durante mucho tiempo. Una añada del Penedès en toda regla. Ahora bien, continuaremos cruzando los dedos cada vez que se nubla y cae un buen aguacero mientras la abuela va poniendo cirios a La Moreneta para que no caiga piedra antes de vendimiar. Que el agua nos conserve los nervios, la cosecha y algo de humor.