El paisaje
LA PEQUEÑA PATRIA

El paisaje es siempre la interpretación de una mirada. Sin mirada, no hay paisaje. La significación que adquiere para nosotros no se basa en su belleza estética, sino en la mirada que volcamos en él, única e irreproducible.

Cuando hablamos de interpretar una mirada, nos referimos al resultado de interiorizar una percepción de las cosas, de comprender los engranajes de la naturaleza, las relaciones que mueven a las personas y sus comunidades, la expresión de una geografía económica y cultural muy concreta y, en definitiva, la de una forma de vivir. Sin mirada, no existe el paisaje. La significación que adquiere para cada uno no se basa en su belleza estética, sino en la mirada que cada uno vuelca sobre él.
El paisaje de los Borrulls es una construcción cultural y natural en el norte del Penedès; un lugar agrícola a los confines de todo, entre las laderas del río Bitlles y la cuenca del Anoia, que convive sin esfuerzo con la naturaleza salvaje que emergió de las aguas hace más de 16 millones de años. Es nuestra pequeña patria.

La historia de los Borrulls viene de lejos. Can Romeu dels Borrulls era la casa y antigua hacienda de uno de los Siete Sabios de Grecia, Francesc Romeu. De los Borrulls era, y todavía es, un topónimo del contexto físico que rodea la hacienda, una parte de la cual es, hoy en día, la finca de Ca l'Eugeni. El nombre de los Borrulls hace referencia a los accidentes geográficos del paisaje de Can Romeu, cerca de donde el Riudebitlles vierte sus aguas en el Anoia. Los Borrulls son el resultado del encaje en el relieve de estos dos cursos de agua: el valle estrecho y cerrado del Bitlles y la cuenca abierta del Anoia, y el rastro de torrentes, sierras y hondonadas que el río ha ido conformando a su paso y que ha acabado construyendo un paisaje quebradizo y discontinuo de viñedo, olivo, melocotonero, cereal, huerta y bosque.

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El paisaje
CAN ROMEU DELS BORRULLS

Esto es Can Romeu dels Borrulls. Un pueblo rural y pequeñísimo del Penedès nororiental. Olvidaos: no sale en los mapas con letras grandes y los que dicen que somos un barrio de Sant Sadurní es porque nunca han pasado de Can Ferrer II —ni falta que hace.

Aunque muchas veces las apariencias engañan, Can Romeu es sólo eso que se ve, seis casas y una docena de habitantes –o de almas, esto ya depende de la hora del día. Aquí vive gente corriente, a veces algo peculiar, que disfruta del gusto de vivir a su manera. Siempre hay alguien en la calle, haciendo sus quehaceres. Las puertas de las casas están abiertas de par en par. En verano se toma el fresco. Los mayores cuentan historias de la guerra. Los más pequeños tienen prohibido acercarse a la timba. En el bosque pequeño siempre se hacen unos espárragos buenísimos. De vez en cuando pasa un vendedor ambulante. Y a menudo, cuando hay tormenta, se marcha la luz. Y no pasa nada.

Si tienes paciencia, y te quedas sentado tiempo suficiente, a veces ocurre algo extraordinario. Sólo a veces.
Aquí, cerca de la frontera con el Anoia, estamos a los confines de todo, donde se acaba el mapa. Llegan pocas cosas. Final de línea, nos dicen. Como si fuéramos todavía al principio de los tiempos. O al final, según se mire. Quizá por eso, también nos dicen que somos un poco "de esa manera". De esa manera que nosotros llamamos ser un poco geniudos y de Can Romeu dels Borrulls.

El paisaje
EL LUGAR DONDE PASA TODO

Es muy difícil comprometerse en cuerpo y alma a una faena que nunca depende sólo de nosotros. Porque las uvas son más del cielo y de la tierra que nuestra. Por eso nunca perdemos de vista el sufrimiento en que consiste nuestro trabajo, que también es nuestra vida, porque vivir y hacer vino, da igual, es invocar todo aquello por lo que todavía vale la pena sufrir.

Además de cinco piezas de bosque mediterráneo y de ribera, y de unos seiscientos olivos de arbequina y arbosana, la finca de Ca l'Eugeni agrupa veinticuatro hectáreas de viñedo plantadas sólo con variedades de aquí. De las quince parcelas de la finca, vinificamos sólo una parte: el Serral del Gurugú y el Clot dels Borrulls.

El Serral del Gurugú es un paraje de terrazas emboscadas en lo alto de la sierra donde conviven cepas de xarel·lo rojo y garnacha tinta. Plantamos la garnacha en la parte más baja y soleada, a doscientos metros por encima del nivel del mar, que sigue el curso del Torrent del Llop buscando la acidez a solana y ese punto de hierba seca que sitúa el vino en su paisaje. Un recuerdo que sale de los limos, las arenas y las gravas, y de la forma en que las cepas luchan por sobrevivir en un suelo aluvial que no tiene ninguna voluntad de ser amable. Un paisaje salvaje y silencioso, hundido, al que hay que querer llegar para llegar.

El xarel·lo rojo, más arriba, a doscientos cincuenta metros, resiste los vientos de la Cuenca de Òdena sobre la roca madre caliza y superficial. En el Serral del Gurugú se convierte en una variedad obstinada: nunca tiene prisa. Su virtud es la paciencia, que nos regala una acidez viva, precisa y austera, y una mineralidad que da nervio y tensión.

El Clot dels Borrulls es un depósito aluvial que hay arriba en la sierra. Una acumulación de arenas, limos y cantos rodados geológicamente muy jóvenes, sedimentados en un hoyo de la cresta, enfrentado a Sant Creu de Creixà y con Montserrat al fondo. A noventa metros de profundidad, hay un acuífero de agua que bebe de la escorrentía del Serral del Gurugú y el resto de la sierra. Es aquí donde crecen los xarel·los rojos más jóvenes de la finca.

El paisaje
CA L'EUGENI

En Ca l'Eugeni nos gusta decir que nuestra bodega no es un refugio hermético, sino una extensión natural del paisaje y, sobre todo, de la mesa de nuestra casa, una prolongación discreta pero persistente de nuestra forma de vivir.

Ca l'Eugeni es donde vivimos y hacemos vino de manera inseparable. Es nuestro paisaje habitable. El lugar donde hacer y ser se confunden hasta convertirse en una sola cosa, a menudo, muy difícil de explicar.

"Hacer vino es el arte de no estorbarlo. No tiene mucho misterio" esto decía el abuelo. Para nosotros hacer vino es, más que una habilidad artística, una disposición de ánimo. Nos gusta pensar que el vino nace de las circunstancias de un sitio y de una añada. Y que nuestro papel es simplemente no estropearlo. No hacer más de la cuenta. No hacer todo lo que el vino nunca nos ha pedido. Mínima intervención, que decimos ahora. Para nuestros abuelos, sentido común.

Nos empeñamos en intervenir poco porque para nosotros lo más importante es dar a la uva todo el tiempo y el espacio necesarios para explicarse. Y por eso es necesario, sobre todo, saber escuchar. Que la uva sea lo que tenga que ser. Con todo el bagaje que ella misma arrastra del viñedo, es decir, de las circunstancias del lugar y de la añada.
Y, mientras tanto, nosotros sólo podemos hacer que podar, gestionar las cubiertas vegetales, vendimiar, arrancar un pie de cuba para la fermentación espontánea, tomar conciencia en la bodega y aguantar la tentación de intervenir en aquello que la naturaleza ya hace mucho mejor que nosotros.

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