La cultura

ARQUITECTURA DE UNA VENDIMIA
10.09.2025

Cada año, cuando limpiamos las tijeras de cosechar y las guardamos en una antigua caja de helados, llega el momento de hacer balance de la vendimia.

La vendimia ha llegado de repente, con ese punto de nervio inevitable, de volver a trabajar con la presión de la urgencia pero sin demasiadas tragedias, y eso se nota. A lo largo de toda la añada 2025 nos han caído más 600 mm de lluvia, hemos ido observando todos los estados fenológicos con optimismo, y hemos mantenido las siete plagas de Egitpe a raya —las vegetales más que las animales, todo sea dicho. En definitiva, todos estos intríngulis del ciclo vitícola ya son agua pasada y se los explicamos en "El cielo estrangula pero no ahoga".

Con esta perspectiva iniciamos una nueva vendimia un poco antes de lo que esperábamos. Cosas de los golpes de calor y las maduraciones un poco a toda prisa. Las primeras cajas de garnacha tinta salieron del Serral del Gurugú a mediados de agosto, y detrás suyo, a finales de mes, le tocó al xarel·lo rojo. Todo manual, con la paciencia y complicidad de amigos y familia. Con las mermas habituales, porque no hay vendimia sin una tortilla de la abuela, un ancestral a porrón y varias uvas robadas mientras trabajamos. Nada habría sido posible sin todas estas manos. Manos ariscas y manos generosas, manos que saben encontrar la uva escondida bajo los pámpanos, manos que se arañan con los sarmientos y no se dan cuenta, manos tiernas y manos vividas. Agradecimientos eternos.

La garnacha tinta ha hecho un grano mediano pero bien lleno, denso, con la piel consistente pero madura. Al zamparnos las uvas hemos recordado la acidez de las frutas rojas y ese punto de hierba seca, de mata, de romero y tomillo, que sitúa el vino en su paisaje. Un recuerdo de garriga y solana que sale de los limos, las arenas y las gravas, y de la forma en que las cepas luchan por sobrevivir en un suelo que no tiene ninguna voluntad de ser amable.

El xarel·lo rojo, más arriba, ha resistido como nunca sobre la roca madre caliza. En el Serral del Gurugú se convierte en una variedad obstinada: nunca tiene prisa e incluso este año ha madurado con lentitud. Su virtud ha sido la paciencia, que nos ha reglado una acidez viva, precisa y austera, y una salinidad que da nervio y tensión.

La vendimia ha sido corta. Aquí no conocemos la abundancia: el viñedo da lo que puede. Pero la calidad de este año hace pensar, si todo va cómo debe ir, en algo excepcional. Ahora que los mostos ya acaban de fermentar, haced caso de lo que decimos: 2025 será una añada para recordar.

La cultura

Hay algo fundamental en todo lo que ocurre alrededor de una mesa y unas cuantas sillas. No sólo en la comida, ni siquiera en la cultura del vino, sino en la liturgia de las sobremesas. Pasad y tomad asiento. Llenaos la copa. Empezamos.